a.e y d.e.

Cambio de ropa, alguien me pregunta dónde compré aquella mesita, acaban una obra que parecía eterna, recordamos aquella anécdota, aquel viaje... y mi mente hace una rápida conversión temporal: antes de ella (a.e.) ó después de ella (d.e.).

¿Este jersey me lo conoció ella? / ¿esta mesita la vio? / No vio terminada esa obra / Cuando hicimos ese viaje, ¿estaba ella?

Todo lo mido desde ese día en que todo cambió. Pienso, ¿ella estaba o no estaba? Y desde ahí, echo la cuenta. Pues si ella lo conoció, lo vio y estaba, hace ya de eso 1 año y 8 meses, mínimo. ¿Tanto? Pues sí, porque ella estaba.

Cuando adquiero algo nuevo, o hacemos un nuevo viaje, algún cambio... me entristece saber que es todo d.e. Pienso si a ella le gustaría, qué diría, cómo estaría compartiéndolo conmigo. Me esfuerzo en sentirla conmigo. Que conozca / vea / esté. 

Esa conversión es momentánea, en ocasiones en respuesta a quien pregunta un cuándo y en ocasiones es silenciosa, para mis adentros. Pero siempre sucede. Esta es la nueva forma en que noto el paso del tiempo. Que no corre, ni vuela, sino que hay días en que parece que no avancen las horas y otros en que tenga que hacer una pausa para pensar el año en el que estamos.
Y esa es mi referencia, mi meridiano de Greenwich, la fecha que me devuelve a la realidad del momento en el que vivo. Mi vida antes y después de su marcha.

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