Dos cafés

Hay días en los que mantengo una conversación de la que salir aliviada. Sacar cosas en claro, ordenar ideas, mirar con perspectiva. 
Y pese al gran apoyo y esfuerzo de mis ángeles en la tierra, que me acompañan y parecen turnarse sutílmente en el repaldo de su ausencia, la realidad es que no quedo saciada. En el fondo, al seguir con el tema rondando mi cabeza, sé que con quien necesito hablar es con ella. Ella es con quien necesito tomar un café, pero no hay mesa. Bien porque ella ya se encontró en mi misma situación y podría entenderme mejor que nadie o porque es quien mejor me conocía o porque sólo pensaría en lo mejor para mí o por todas esas cosas juntas.

- Uno con leche y, para ella, un descafeinado cortado, de máquina.

A veces cuando algo nos agobia y sabemos que va muy alimentado de inseguridad o de miedo a equivocarnos... solemos saber qué y de quién necesitamos oir esas palabras que calmarían nuestras dudas. Casi sabemos qué es lo acertado, pero necesitamos ese toque de gracia, esa reafirmación que nos serena. 
Nos prescribimos nuestra propia receta. Y yo, que imagino qué me diría, me quedo a mitad de la cura. 

"Lo imposible sólo tarda un poco más" pero, ¿y qué hago yo mientras tanto? Esta espera no es en reposo, es cambiante y a consecuencia de muchas decisiones propias. Es la vida, ni más ni menos, y yo voy descafeinada.

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