Cocoliso



Qué día tan intenso de pensar en ella. Tal día como hoy colocaban a su primer bebé entre sus brazos para nunca soltarlo jamás. Hoy no pienso tanto en esa porción de tarta que no se reparte. Que hirientemente sobrante se queda en el plato. Hoy, mi mente viaja por un continuo flashback, en un intento de acercar mi realidad a la de ella, hace 33 años.

Hay dos tópicos que no por ser dichos mil veces dejan de ser menos cierto. Que uno no sabe lo que significan sus padres en su vida hasta que los pierde y que uno no entiende cuánto le quieren sus padres hasta que es padre.
Llevo el día recreándome en un ejercicio de dejar volar mi imaginación hasta una habitación de hospital, donde dos padres primerizos pasan de ser un matrimonio a ser una Familia. Así, con mayúscula. Y me esfuerzo en imaginar su rostro. Contemplando a su primera hija. Creo que nunca debimos ser tan parecidas.

En mi cabeza trato de establecer un paralelismo a destiempo entre ella y yo. Pienso en esos primeros quince días que le esperan. El primer mes. Los primeros cuarenta días. Los tres meses siguientes. Y miro mi rostro en el espejo. Me siento cansada y pienso en si alguna vez ella descansó. Yo no lo creo.

Qué poco pensé nunca en su descanso. ¿De verdad no lo pensé hasta hoy? ¿Hasta empezar a sentir el mío? Desde luego se cumple un tercer dicho popular... No hay nada más ingrato que un hijo.

Y advierto, de repente, que las pocas horas que he dormido me parecen más que suficientes.

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