Desayunaba con ella
Ayer fue el aniversario de su marcha. Los años pasan y suavizan el cómo afrontamos esa fecha tan señalada.
Me conmueve empezar el día con amigos acordándose de mí y mandándome un abrazo en un mensaje que llega con todo el cariño con el que se envía. Un simple y escueto: "un abrazo", envuelve un recuerdo para un día en el que te hacen saber que estás en su pensamiento más íntimo, un año más.
Y te alegra, porque pasan los años y te acostumbras a mucho, pero conmemoras su marcha y, de manera especial se pronuncia su nombre, y notas como el corazón se te encoge como el primer día.
- ¡Ay! Cómo sigue doliendo que se refieran a ella en este lugar y de esta manera. Qué real lo hace todo.
De entre las muestras de cariño, ayer recibí una que especialmente me supo a regalo del Cielo.
En estos ya cuatro años, así como inevitablemente hay relaciones que se han deteriorado significativamente, me he acercado mucho a personas con las que no tenía tanto trato. Me parece del todo normal. Soy otra persona. Con otras prioridades, que busca otras conversaciones y encuentra diferentes afinidades. Sobre todo hay quienes además, dijeron en serio hace cuatro años: estoy aquí para lo que quieras; y no siempre son quienes te esperabas.
Era Noviembre de 2011 cuando dos hermanas fueron juntas a desayunar a una cafetería que, la verdad, no conozco. En esa cafetería estaba ella. Una de las hermanas, a quien llamaré Ángela, no tenía entonces tanta relación conmigo y no sabía que aquella mujer era mi madre, cuando la otra se lo dijo.
Un mes después, Diciembre, y ella nos dejaba.
Quiso un mes más tarde la casualidad, para quienes creen en esta, que Ángela volviese a desayunar en esa cafetería y la mesa, que ocupó en aquella coincidencia fortuita mi madre, estuviese libre. Ángela decidió ocuparla.
Llevaba días preocupada por asuntos de salud que condicionaban su vida y sus ilusiones por una pronta maternidad. Y en aquella cafetería, desayunó con ella.
Reconociéndole que no tenía tanta amistad conmigo, le pidió que la ayudara, comprometiéndose Ángela a que cuidaría de mí en la medida en que pudiera.
Hoy, es una de mis mejores amigas y quizás la amistad que más se ha forjado desde que mi madre nos dejó, siendo testigo de muchos momentos como el de ayer y de los más felices también.
En estos años, ha sido todo un descubrimiento para mí. Y ahora comprendo que ni Ángela ni yo lo propiciamos. Que todo comenzó en esa cafetería.
Me conmueve empezar el día con amigos acordándose de mí y mandándome un abrazo en un mensaje que llega con todo el cariño con el que se envía. Un simple y escueto: "un abrazo", envuelve un recuerdo para un día en el que te hacen saber que estás en su pensamiento más íntimo, un año más.
Y te alegra, porque pasan los años y te acostumbras a mucho, pero conmemoras su marcha y, de manera especial se pronuncia su nombre, y notas como el corazón se te encoge como el primer día.
- ¡Ay! Cómo sigue doliendo que se refieran a ella en este lugar y de esta manera. Qué real lo hace todo.
De entre las muestras de cariño, ayer recibí una que especialmente me supo a regalo del Cielo.
En estos ya cuatro años, así como inevitablemente hay relaciones que se han deteriorado significativamente, me he acercado mucho a personas con las que no tenía tanto trato. Me parece del todo normal. Soy otra persona. Con otras prioridades, que busca otras conversaciones y encuentra diferentes afinidades. Sobre todo hay quienes además, dijeron en serio hace cuatro años: estoy aquí para lo que quieras; y no siempre son quienes te esperabas.
Era Noviembre de 2011 cuando dos hermanas fueron juntas a desayunar a una cafetería que, la verdad, no conozco. En esa cafetería estaba ella. Una de las hermanas, a quien llamaré Ángela, no tenía entonces tanta relación conmigo y no sabía que aquella mujer era mi madre, cuando la otra se lo dijo.
Un mes después, Diciembre, y ella nos dejaba.
Quiso un mes más tarde la casualidad, para quienes creen en esta, que Ángela volviese a desayunar en esa cafetería y la mesa, que ocupó en aquella coincidencia fortuita mi madre, estuviese libre. Ángela decidió ocuparla.
Llevaba días preocupada por asuntos de salud que condicionaban su vida y sus ilusiones por una pronta maternidad. Y en aquella cafetería, desayunó con ella.
Reconociéndole que no tenía tanta amistad conmigo, le pidió que la ayudara, comprometiéndose Ángela a que cuidaría de mí en la medida en que pudiera.
Hoy, es una de mis mejores amigas y quizás la amistad que más se ha forjado desde que mi madre nos dejó, siendo testigo de muchos momentos como el de ayer y de los más felices también.
En estos años, ha sido todo un descubrimiento para mí. Y ahora comprendo que ni Ángela ni yo lo propiciamos. Que todo comenzó en esa cafetería.
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