Milagro

Nos dijeron: Está muy mal. Tenéis que ser fuertes.
Yo dije: Aún no estamos pidiendo un milagro pero, aún así, cuando tenga que pedirlo, también lo haré.
Mientras ella combatía su enfermedad, no iba a ser yo quien se rindiera.

Y recuerdo esos días como si fueran ayer. Recuerdo poner comida en la mesa que nadie lograba tomar. Recuerdo dormir con un ojo abierto. Despertar y correr al encuentro de los otros: ¿Ha mejorado?

Damos por implícitas ciertas cosas en la vida, cosas importantes. Damos por hecho que siempre estaremos al lado de quienes nos necesiten, de quien amamos, que la familia es lo primero, pero un día, tanta sabiduría popular te pone a prueba. Ese día te plantas de frente a la mala suerte, al azar o a una enfermedad que no hace distinciones entre buenas o malas personas, y dices: aquí estoy.

Y notas el cansancio de las horas y los días en tu cuerpo. Pero descubres que eres más fuerte de lo que creías. No tienes tiempo para miedos y angustia, sólo sientes una entereza y una fuerza que ni tú mismo puedes comprender de dónde proviene. ¡Venga! ¡Venga! Y permanecer cogida a una mano o fundirte en un abrazo con quien está a tu lado es cuanto necesitas para seguir.
Parece que hayas estado preparándote para esto. Que hayas nacido para vivir esto. Te ha tocado. Pero tú mejor que nadie vas a repetir incansable: aquí estoy.

En los momentos más duros, somos más nosotros que nunca. Y es extraño, pero recuerdo esos días tan nuestros, tan íntimos, que soy feliz de haberlos vivido en la plenitud que lo hicimos. Fuimos grandes, incluso entre nuestra máxima fragilidad. En la tristeza y, milagrosamente, en la grandeza de comprender que la FAMILIA se escribe en mayúsculas en días como estos. En el mismo momento en que mi corazón se quebrantaba en pedazos, un firme pensamiento cruzó mi mente: qué suerte he tenido... Gracias, gracias.

Así que, aquí estoy, porque no puede ser de otra manera.

Comentarios

Lo más leído

La muerte no es nada

Todo sigue igual

Pues me los invento