Amar, duele

El Domingo pasado no fue un día nada fácil.

Volví a sentirme vulnerable. Y fue duro. Llegué a sentir que incluso ella, a quién le otorgo autoría de todo lo bueno que nos pasa, nos había fallado. No pudo hacer nada para evitar que volviese a ver en primer banco del adiós a una viuda doliente que no es justo que vuelva a vestir el luto.

Me ha parecido enormemente injusto.

Encontrar a alguien con quién caminar, es complicado. Encontrarlo, amarlo y perderlo... Es muy duro. Y entonces, con los años, prudencia y respeto a unos hijos huérfanos de padre... Descubrir de nuevo el amor, tampoco es fácil. A las barreras de los demás se imponen las de uno mismo, de querer respetar la memoria de a quién se amó y nos dejó. No es fácil volver a amar. Ni dejarse amar. Nada fácil.

Qué injusto.

Ese Domingo fuí la mitad de ella. Y la ví muy reflejada en su otra mitad. Esa que buscaba ayudar a su hermana en cuanto necesitase para afrontar el día. Juntas, suplimos su ausencia como mejor supimos. Caminamos junto a quien, en un día como ese Domingo, más la necesitaba. Ella no estaba, pero fuimos más ella que ningún otro día.

Y pude casi verla. Era tan nítida su imagen en mi cabeza... Me la imaginaba con lágrimas recorriendo sus mejillas y diciéndome "no se merece esto". Y esa frase retumbaba en mi cabeza al contemplar a una mujer tan cansada como acostumbrada a que la vida le quite en un día lo que en otro le dió.

Qué fortaleza y qué ejemplo al mirarnos y decir "¡para adelante! No hay otra, ya sabemos que la vida es así". Con todo el dolor, pero sin rendición, con la lección aprendida. 
Qué va a comentarse una familia que ya ha sido herida de gravedad. A quién sorprende ya el qué.

Y esa templaza... No me la esperaba, pero no me sorprende. Iba con miedo de no estar a la altura para ser apoyo y estorbar más que ayudar. Pero sentí como si hubiera afrontado días así mil veces... Sabía qué tenía que hacer, como ayudar más que otros y sólo quería ser útil y saber hacer, como ella siempre supo. 
Después de pasar por esto por ella, y de la repentina forma en que tuve que hacerlo... me reconforta, al menos, transformar mi dolor en apoyo. Le encuentro algún valor. Sería maravilloso transformar todo lo malo en algo bueno. Pérdida en memoria. Despedida en agradecimiento. Dolor en amor. Muerte en esperanza.

Me gustaría escribir que la sentí cerca, en cierto modo así fue. Pero no quiero escribir tanto. Sí puedo escribir, sin sentir que exagero o miento, que la tuve presente con mayor intensidad. Fuí más ella que en muchos días y sí sentí, de nuevo, que por su amor y su memoria, afronté el día agradecida por otra buena persona que la vida nos puso en el camino. 

Sentí que la rutina de los días, lo cotidiano y natural de querernos y unirnos como familia o amigos, vuelve a cobrar su sentido máximo en días como ese. Ya lo comentaba justo en el post anterior. FAMILIA. Esa que un Domingo como ese camina unida, saca fuerzas de donde se tenían guardadas para días como ese Domingo. ¿Qué otro sentido tiene? ¿Qué importa sino?

Algunos piensan que días como el de ese Domingo, debería dosificarme, pero por raro que parezca, es allí donde siento que quiero estar porque, además, si ella existe en alguna otra parte, era allí donde estaba ese Domingo.

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