La novia con diadema de flores

Lo mucho que me acuerdo de ella cuando veo como hemos pasado de las novias princesas de palacio, con sus tiaras y casi auto-coronadas, a princesas de cuentos con grandes o pequeñas flores en el pelo.

Cuántas veces habré jugado de pequeña con su diadema de novia.

Tenía mucho estilo para vestir. Sin tener que recurrir a firmas de ropa de nombre y apellido, ella ya iba con sombreros de panamá antes de que ningún personaje famoso los pusiera de moda. Tenía el sentido del ridículo anulado. Era de coger y darse un par de vueltas al bajo del pantalón para que no le cubriera los tobillos en verano... no se preocupaba por la moda ni muchísimo menos, pero ella tenía un aire y daba un toque a su comodidad en el vestir que llamaba la atención. No se podía ir por la calle más sencilla haciendo alarde de más elegancia.

Alguna vez se pasaba de cómoda, de ahí que se lo recriminase como decía en un post anterior. Batalla perdida. En concreto, sobre el qué ponerse, su frase más recurrente era "es lo que se lleva", que era su particular forma de decirte "a mi me gusta y punto". Cuando te salía con esa, ya es que no había nada que hacer. Sólo seguían dos cosas, protestarle una última vez o echarte a reír con ella por llevar toda la vida con la misma justificación.

Y lo precioso de todo esto, es que fue por terceros por los que comencé a fijarme en que ciertamente ella era una de esas personas que alejada de toda tendencia y sin pretensión alguna de llamar la atención, reflejaba personalidad allá donde iba.

Recuerdo una boda en la que un primo nuestro presentaba a su novia. La chica tenía un gazpacho monumental de quien era hijo/a, hermano/a de cada uno. Y empezó a contarme lo elegante que le había parecido una de las tías de su, ahora marido, y al describirla le dije: "ah! pero si esa es mi madre".
En otra boda nos contó como un hombre, al que apenas conocía más que de vista, se le había acercado al quitarse el tocado tipo turbante que llevaba diciéndole que era una lástima que se lo quitase porque le quedaba espectacular.

Y esas son sólo anécdotas de las dos últimas bodas a las que acudimos con ella. Ella nos hacía sombra.

Otro de recuerdo que tengo, sobre esa forma en que la veían quienes no la conocían, es de un día que vino a la peluquería del barrio a la que yo solía ir. Fue un día de peluquería tan normal. Entras, te repasan el color, te cortan las puntas y fuera. Pues nada más volver a ir, las hermanas que llevan el salón me dijeron lo estilosa que les había parecido.

Tengo bien grabado en mi mente el último día que vino a verme a casa. Subió en metro y yo fui a recogerla a la parada. Al aproximarme, pasé con el coche por una rotonda y ella ya estaba allí esperándome. El día estaba nublado y recuerdo como me quedé pensando en que parecía sacada de una calle de París. Botas altas, gabardina, sombrero tipo pescador y paraguas. Ni mucha Bimba ni mucha Lola. Realmente, cuanto más lo pienso, más claro tengo que no era lo que llevase puesto.

Los adjetivos que más han podido estos años decirme al describirla eran sencillez, entrega, prudencia y elegancia. ELLA.

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