Casera blanca

Tenía este post en "borrador" desde hace años y me he decidido a publicarlo.

Dedicar un post al alcohol me parecía un poco tremendo al principio. Pero el caso es que, hablando con unos y con otros, este post no está fuera de lugar.

No escribo sobre un problema con la bebida, pero sí sobre cómo empecé a notar que tomar una copa, no ayudaba. Y cuando digo una, es una. Los refrescos de cola fueron el recurso fácil, pero no me aportaban más tranquilidad, casi lo contrario. Así que puede que no fuera ni la copa en sí misma, sino el "estar de copas".

El alcohol es un depresor pero, desde la ignorancia más absoluta, dudo que una simple copa pueda tener el efecto depresivo inmediato de crearme esa ansiedad. Esa sensación, estando entre familia o amigos, de encontrarme "atrapada" en una mesa, deseando que no se pidieran la siguiente y nos fuésemos cada uno por donde hubiese venido.

Hasta me atrevo a escribir que sentí un puntito de agorafobia. No quería estar más que en mi casa. Era salir y al poco tiempo notarme intranquila y con ganas de volver a cerrar la puerta del piso tras de mí gritando: ¡Casa! Como cuando era pequeña y llegaba a esa casilla del juego que me salvaba.

A salvo... qué sensación... cuánto de eso falta al perder a una madre.

Cuanto mayor era el grupo de gente o menos tiempo llevaba sin verlos, peor. Uno se obliga, no hay otra, a retomar vida y hábitos sociales. Recuerdo desterrar  alcohol y cafeína de mi estado alterado y no sabía qué pedir cuando volvía a unirme a una de esas mesas. Y entonces, a lo Arquímides en su bañera: ¡Eureka! ¡Lo encontré! Desde hace años la casera blanca es mi fiel aliada. Sin azúcar, sin excitantes, 0,0% de ansiedad.

Lo más difícil ahí sentada no era decidir qué consumir, esa decisión tenía más que ver con cómo me sentiría momentos después. Lo complicado era escoger de qué hablar y qué no escuchar. De todo aprende uno a descafeinarse.

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