Picadura de avispa



El Domingo pasado casi me pica una avispa. Casi me pica y sonreí. Porque justo ese Domingo iba a picarme por segunda vez en mi vida una avispa.

Tenía poco más de 10 años, cuando en un día de campo, fui con una pareja amiga a caminar. Un hombre, su mujer y yo, nos alejamos del grupo para explorar el territorio. Llegamos hasta un arroyo completamente minado de avispas. Incontables avispas. Muchas. El caudal era tan bajo que podíamos atravesarlo bajando por su cauce. La única dificultad era subir por el borde opuesto, que casi me cubría por mi corta estatura, sin que en la escalada me llevase un picotazo.

Y la verdad, no lo conseguí. Al picarme, el hombre con quien iba empezó a alejarlas de mí, gritando y haciendo aspavientos, en algo que acabo resultando una extraña danza. Hasta tres avispas le picaron en una misma mano. Recuerdo reírme al vivir la escena.

Volvimos con los demás con barro cubriendo nuestras picaduras. La mía y las tres del hombre que me protegió de las avispas.

No he visto muchas veces en mi vida a ese hombre. En algunos momentos importantes, como cuando esperábamos por Ella tras una puerta morada. Le recuerdo. Visiblemente debilitado por su enfermedad, acompañándola.

Y será que esta forma de vivir me hace recibir la vida de forma diferente. Pero es curioso como las personas pasamos a formar parte de la historia de los demás. Un gesto a priori insignificativo, puede hacer que no nos olvidemos nunca de alguien.

Por eso el Domingo, al casi picarme una avispa, pensé en ese hombre que me protegió cuando era pequeña e hizo de un momento de dolor algo gracioso. Y sonreí pensando que habría sido "bonito" que ese Domingo, en el que él se despedía de este mundo, me picase por segunda vez una avispa.

Siempre recordaré al hombre de mi picadura de avispa.

Comentarios

Lo más leído

La muerte no es nada

Todo sigue igual

Pues me los invento